Para comenzar a andar este camino hemos considerado como pilar fundamental nuestra modesta opinión a cerca de la naturaleza de las personas. Nosotros creemos en el ser humano y en su crecimiento: por eso apostamos por cuidar, atender y cultivar necesidades básicas como son la seguridad, la pertenencia, el afecto, el respeto y la autorrealización. Y por eso mismo apostamos por una educación humanista desde la infancia… que haga posible la convivencia entre seres humanos.
Nuestra naturaleza – de acuerdo con lo que conocemos hasta el momento- no parece ser intrínseca o necesariamente perversa. Por eso consideramos que el ansia de destrucción, el sadismo, la crueldad, la malicia… forman parte de reacciones violentas contra la frustración de no ver satisfechas nuestras necesidades y emociones potenciales.
Es nuestro objetivo ensalzar la sensibilidad que requiere el sano desarrollo psíquico del ser humano: observar sus inquietudes primeras, el coraje con el que nace a la vida, lo natural de sus movimientos, la ausencia de pensamientos distorsionados por falsos intereses.
A menudo los niños son invadidos por una reglada quietud, por objetivos intelectuales donde se someten a una muy temprana edad a participar en una larga carrera donde llegar es lo importante, no se sabe muy bien a dónde ni de qué manera. En definitiva, donde se les induce a la competitividad en lugar de la colaboración, y se confunde el ser con el tener. Los pequeños nos enseñan su ética mediante su buena voluntad y sus ganas de colaborar.
Aprovechamos su natural inclinación a la colaboración para resaltar los beneficios que tiene para construir un mundo mejor.
Se nos ocurre que podríamos hacer mucho más por aumentar la confianza de nuestros hijos si estuviéramos preparados para exponernos más a ellos: sin pretender ser otro distinto del que somos.
En la escuela actual no se tiene en cuenta el ritmo natural ni la capacidad de concentración infantil y, a menudo, el niño se ve obligado a esforzarse contranatura, lo que le hace perder salud y eficacia.
Es importante que el niño pueda gozar aprendiendo por amor al conocimiento mismo. Amar el aprendizaje es también conocerse.
Por eso, nos parece de gran ayuda apoyar el crecimiento infantil pudiendo destinar un espacio en la escuela (donde pasan gran parte de su vida) a estas actividades.
Al mismo tiempo, hemos podido darnos cuenta, en nuestra calidad de madres sobre todo, del poco margen que el adulto le deja al niño para crecer libremente.
Nuestros talleres los realizan los niños ( de seis a doce años de edad) de forma espontánea: son experienciales; todos se basan sobre situaciones reales que los niños nos traen.
Al introducir en la educación el cuidado y atención a la parte emocional del niño, intentamos se produzca una sana armonía entre lo emocional, lo intelectual y la acción.
Es sorprendente ver cómo los niños ponen en práctica lo que ya saben… cómo sale con la fuerza de un manantial lo que llevan dentro. Todo lo que hacemos es abrirles una puertecita hacia su aceptación personal, y a la confianza de poder mostrarse como son. Indulgencia y tolerancia se asocian en un río de autenticidad. Ponen en funcionamiento la introspección, lo que les ayuda a romper ese muro que puede crear las emociones ignoradas y a no “engancharse” con las emociones destructivas.
Practicamos para ello distintas meditaciones que les ayudan a despertar desde el silencio, a observar su espacio interior y exterior, sus pensamientos, las polaridades de la emoción: la participación que tienen de crear en un campo de probabilidades infinito.
Intentamos transmitirles mediante el movimiento corporal la integración mente-cuerpo, haciéndoles experimentar a través de la expresión con el cuerpo lo que sucede dentro y fuera.
Utilizamos el sonido para darles a conocer cómo pueden alcanzar mágicamente otros estados.
Trabajamos con las manos con diferentes materiales, respetando la creatividad como algo único de cada uno, sin juicio.
Les invitamos a incrementar su presencia en la relación con el otro, practicando las distintas herramientas que tenemos para lograr una buena comunicación y para despertar su capacidad de tener vínculos.
En las distintas dinámicas, surge la fragilidad y la fortaleza que llevan dentro, despiertan al desarrollo de sus potencialidades de forma espontánea.
Les hacemos ver y aceptar que la vida es conflicto y conocerlo como algo natural es permitirse viajar con franqueza. Conocer las distintas formas que el ser humano tiene de afrontarlos ayuda a sentirse uno más entre tantos. Es vital que el niño, cuando se vea confrontado con las situaciones que les plantean sus iguales, sepa tomar decisiones por sí mismo.
Cuando somos capaces de reconocer el conflicto como algo inherente a las relaciones, nos podemos permitir sentir todo tipo emociones. Podemos ponerles nombre sin disimulo ni máscara frente al otro y a uno mismo.
Una vez que aceptamos la posibilidad de emocionarnos, de permitirnos comunicarle a los demás cómo nos sentimos, podemos atender y manifestar qué es lo que necesitamos. Así estamos produciendo, además de una sana autorregulación en nuestro organismo, permitiendo fluir lo que sentimos, estamos creando una relación más honesta.
La intención que tenemos en la puesta en marcha de estos talleres es facilitar el desarrollo de competencias personales y relacionales de los niños que les permitan un encuentro verdadero y respetuoso consigo mismos y con los otros, en la idea/creencia de que el amor y la unidad son naturales, imprescindibles e inherentes al ser humano para su desarrollo, y que la mejor manera de construirlo es mediante el autoconocimiento y la aceptación de lo que somos, pues sólo cuando consigamos hacerlo, seremos capaces de aceptar y amar a los demás.