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La lección más importante de nuestra vida es aprender a descansar en nuestra propia conciencia. Darnos cuenta entre la diferencia que hay entre esta y todas aquellas experiencias y estados transitorios que surgen y desaparecen en ella.

Descansar en la conciencia es aprender a sentirlo todo, reconocer y experimentar los sentimientos y pensamientos, los conflictos y lo imprevisible de la vida. Es poder confiar desde esta apertura, dirigir la mirada hacia el interior para ver quién o qué está observando, saber mirar detrás de lo que acontece para encontrar el origen, su naturaleza esencial, pura e inmutable.

Esta sabiduría o conciencia es también llamada en algunas tradiciones la “Mente original “o  “Aquel que sabe” (en Tailandia)o “ Mente básica” o “ Esencia de la mente” ( en el Budismo Tibetano) o “ el testigo eterno “ ( Los yoguis hindúes).

En este Descanso podemos advertir que no hay nada sólido, nadie que perciba. Del mismo modo, podemos advertir que hay pausas entre nuestros pensamientos, pausas en la sensación que tenemos de nosotros mismos, así en vez de perdernos en nuestros problemas e ideas, sentimos el espacio alrededor de nuestra experiencia, soltamos todo y nos relajamos. Estos espacios son muy valiosos, nos recuerdan que siempre podemos descansar en la conciencia y que la libertad es siempre posible.

Este estado de apertura y ecuanimidad no tiene nada que ver con la indiferencia, con el desapego patológico defensivo y evitativo. Muy al contrario, la experiencia es espaciosa e íntima, sin defensas. Nos permite conectar con la compasión, comprendernos y comprender, perdonar en profundidad y agradecer. Nos permite captar la situación y estar en calma, ver la danza natural de la vida y bailar sin atraparnos en ella. Surgen tanto el amor como el silencio, escuchamos lo que hay que hacer después y somos conscientes de todo lo que está ocurriendo. Nos permite sentir la conexión natural de nuestro corazón con la vida.